8 de noviembre de 2001
1. EE.UU. le ha quitado todo su peso al sistema de Naciones Unidas. EE.UU. se ha salido con la suya en lo que atañe a una efectiva anulación de la ONU. El desprecio hacia ésta se ha visto reflejado a través de una deuda formidable y de una clara opción por fórmulas que sortean a la principal instancia internacional. El presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado, Jesse Helms, no dudó en señalar que "el pueblo estadounidense no aceptará nunca la condición de la ONU como única fuente de legitimidad en relación con el uso de la fuerza".
2. Desde hace al menos cien años EE.UU. ha practicado sistemáticamente la injerencia en los asuntos de los demás. A lo largo del siglo XX, EE.UU. ha aplicado en los escenarios más dispares la que en principio fue su conducta en América central: un afán controlador traducido en golpes de Estado e intervenciones militares. Aunque en los últimos tiempos las fórmulas desplegadas han podido ser más suaves --ahí está el intervencionismo humanitario, detrás del cual se esconden, claro, muchos intereses mezquinos--, el objetivo es el mismo: garantizar la sumisión.
3. EE.UU. no sabe vivir sin amenazas. Desde la desaparición del muro de Berlín, Estados Unidos precisa de amenazas que, reales o inventadas, permitan mantener una formidable maquinaria militar y represiva. Si en un principio la apuesta lo fue por preservar, hasta donde fuera posible, la amenaza rusa, después se han cargado las tintas sobre otra, la islámica, en relación con la cual han proliferado las simplificaciones. Esa amenaza se ve adobada, por lo demás, de una rápida identificación con fenómenos como el terrorismo o el narcotráfico.
4. La política de EE.UU. mantiene una equívoca relación con la democracia. Son muchos los regímenes no democráticos que han recibido el apoyo de EE.UU. Bastará con recordar los nombres de Somoza y Duvalier, Pinochet y Franco, Mobutu y Marcos, Hassan II y Suharto. Es verdad, con todo, que en los últimos tiempos Washington ha acabado por defender regímenes más presentables que configuran lo que se ha dado en llamar "democracias de bajísima intensidad". No parece, sin embargo, que al amparo de éstas se haya abierto camino algún proyecto orientado a frenar el autoritarismo, la corrupción y la injusticia.
5. EE.UU. se ha entregado al sistemático despliegue de políticas de doble rasero. La política exterior de EE.UU. ha institucionalizado el principio del doble rasero: no trata de la misma forma a amigos y enemigos. Israel o Turquía pueden permitirse desoír, una y otra vez, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, sin que ello origine sanciones y, menos aún, acciones militares. No sucede lo mismo, en cambio, con los enemigos, obsequiados con duras represalias armadas y macabros embargos. Detrás de la política estadounidense no hay sino una obscena defensa de intereses geoestratégicos y geoeconómicos.
6. EE.UU. se niega a aceptar la jurisdicción de un tribunal penal internacional. Una de las ironías de nuestro tiempo es la que nos recuerda que, mientras EE.UU. hacía lo que estaba de su mano para colocar al ex presidente yugoslavo, Milosevic, en La Haya, se oponía firmemente a que cobrase vuelo el Tribunal Penal Internacional perfilado en Roma en 1998. En lo que se antoja fiel retrato de una doble moral, Washington se niega a aceptar que ese tribunal pueda juzgar a ciudadanos norteamericanos.
7. EE.UU. mantiene una rotunda apuesta por la militarización. El proyecto norteamericano encaminado a gestar un escudo antimisiles parece llamado a darle nuevas alas a la carrera de armamentos. En paralelo, el gasto militar estadounidense se apresta a crecer de forma sensible. En 2001 la suma de los gastos en defensa de Rusia, China y siete "estados gamberros" --Corea del Norte, Cuba, Irak, Irán, Libia, Siria y Sudán-- equivalía a una tercera parte del gasto militar norteamericano.
8. EE.UU. es responsable principal de las miserias que rodean a la globalización neoliberal. Son las empresas estadounidenses, con respaldo de su gobierno, las que lideran la globalización en curso. Sus intereses más obscenos han encontrado refrendo en instancias --el Fondo Monetario, el Banco Mundial o la OMC-- controladas también por EE.UU. Washington es, de resultas, responsable, directo o indirecto, de un orden económico que permite que 1.400 millones de personas tengan que subsistir con menos de un dólar diario. Mientras, la ayuda al desarrollo que EE.UU. proporciona --5 dólares per cápita anuales-- es extremadamente baja.
9. En EE.UU. el modelo económico y social se caracteriza por alarmantes desigualdades. En EE.UU. hay más de treinta millones de personas cuya esperanza de vida no alcanza los 60 años, 40 millones que no se benefician de asistencia sanitaria, 52 millones de analfabetos y 46 millones de indigentes. En los últimos veinte años los ingresos reales de la quinta parte más rica de la población han crecido un 30%, en tanto los de la quinta parte más pobre retrocedían un 6%. "La primera potencia económica mundial es también, entre los países industrializados, la primera en lo que se refiere a la tasa de pobreza de su población" (V. Forrester).
10. EE.UU. es el principal responsable de la degradación del medio ambiente. La economía estadounidense es, con mucho, la que más contamina y la que con mayor dedicación se ha entregado al expolio de recursos escasos. El efecto invernadero y el agujero en la capa de ozono mucho le deben al capitalismo agresivo y depredador que impera en EE.UU., responsable, también, de un emergente modelo agroalimentario que lleva camino de aniquilar los restos de biodiversidad. Aunque no sólo se trata de ello: el designio norteamericano de no suscribir el protocolo de Kyoto revela una dramática despreocupación por los problemas de los demás.
* Profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid
Centro de Colaboraciones Solidarias